Sin dudas, ...¡eres Padre!!..

Sin dudas, ...¡eres Padre!!..
..y maravillosamente sorprendente, siempre eres NOVEDAD!!...SIN DUDA ERES PADRE!!...

lunes, 10 de abril de 2017

¡El Sábado de la Madre!!.... : SÁBADO SANTO ....



Un silencio misterioso..envuelve este DÍA...
Cristo ha muerto ayer...
La Madre ha experimentado el dolor más grande:
ver a su Hijo morir...
lágrimas insuficientes, dolor que penetra todo su ser...
¿Dónde quedó la alegría de la Anunciación?
                 
                    

....¿y los días de Belén..?
                                                   
                    

.... ¿ y la cotidianidad de Nazaret?




....pero una vez más:
¡DIOS ES DIOS!!
el Amor vence y vence siempre..
a pesar de la "muerte"..(y hay muchas clases de muerte..)
Pero la Madre no olvida, 
no puede olvidar las promesas del HIJO :


        «Nosotros lo hemos oído decir: "Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre"». (Mc 14,18)

Los discípulos, las mujeres piadosas..inmersos en el dolor y confundidos por el miedo de la persecución y cegados por el dolor.. olvidaron SUS PROMESAS...y les sucede como a nosotros cuando pensamos que <<todo está perdido>>...que no <<hay salvación>>...pero porque olvidamos sus palabras :

       "Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu     Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura" (Jn 17,12)


Ella como siempre, da su FIAT...



              

y espera...
y el silencio del Sábado Santo va tomando fuerza porque se siente la fuerza arrolladora y cósmica de ¡SU FUERZA SOBRE EL MAL!! 
Es así que este Sábado está inmerso en un silencio elocuente en el cuál solo puede actuar su gran poder y es propicio para esperar la ALEGRÍA DE LA RESURRECCIÓN...nosotros, tu y yo imitemos a la madre de Dios...mientras los discípulos temían y las buenas mujeres lloraban su muerte e iban presurosas a embalsamar un cadáver...María, la Madre ha sentido ya la resurrección en su corazón y toda ella es calma en la espera jubilosa del reencuentro con el Hijo, Ella sabe que el dolor ha pasado y ahora toca la alegría desbordante de la VERDAD, de la RESURRECCIÓN!!!....solo toca esperar....
Preparemos también nuestros corazones para acoger el cumplimiento de su Palabra, recordemos sus promesas:




"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". 

(Jn 14,6)


A continuación les dejo unas lecturas muy interesantes, que ayudan a descubrir la importancia de creer en las promesas de Dios y no caer en la desolación (stress, depresión, anorexia, bulimia, bulling, divorcios, violencia familiar, trata de seres humanos, pederastia, tanta confusión sexual y anómala que olvida tu Palabra, guerras, persecución religiosa .....y aquí agreguemos todos los males motivados por el ser humano). 
Porque es verdad que Él ha vencido a las tinieblas y nos ha rescatado...¡a precio de su propia sangre!!..

Les deseo un profundo Sábado Santo...de la mano de la Madre de Dios y Madre nuestra...en la plena convicción del triunfo del ¡BIEN!!..






TEXTO :
De la Carta Pastoral “La Virgen del Sábado Santo” de Carlo María Martini. Obispo.

En el sábado de la ausencia y de la soledad eres la Madre del amor.Oh María, por suerte una última pregunta: pero, ¿qué sentido ha tenido tu sufrir? ¿Cómo puede permanecer firme mientras los amigos de tu Hijo huyen, se dispersan, se esconden, no? ¿Cómo haces para dar significado a la tragedia que estás viviendo? me pareces que tu respondes con las palabras de tu Hijo: “si el grano de trigo caído en tierra no muere, permanece solo; si muere, produce mucho fruto”” (Jn 12,24)El sentido de su sufrir, oh María, es entonces la generación de un pueblo de creyentes. Tu en el Sábado santo estás delante como madre amorosa que genera sus hijos a partir de la cruz, intuyendo que ni tu sacrificio ni el de tu Hijo son vanos. Si él nos ha amado y se ha dado así mismo por nosotros (cfr Gal 2,20), si el Padre no le ha ahorrado, sino lo ha consignado por todos nosotros (cfr Rom 8,32), tu has unido tu corazón materno a la infinita caridad de Dios con la certeza de su fecundidad. Le ha nacido un pueblo “una multitud inmensa..de cada nación, pueblo y lengua” (Ap 7,9); el discípulo predilecto que te ha sido confiado a los pies de la cruz (“Mujer, he aquí a tu Hijo” : Jn 19,26) es el símbolo de esta multitud.La consolación con al cuál Dios te ha sostenido en el Sábado Santo, en la ausencia de Jesús y en la dispersión de sus discípulos, es una fuerza interior de la cuál no es necesario estar conscientes, pero cuya presencia y eficacia se mide por los frutos, de la fecundidad espiritual. Y nosotros, aquí y ahora, oh María, somos los hijos de tu sufrimiento [..]Tu conoces, oh María, probablemente por experiencia personal, como la oscuridad del Sábado santo pueda a veces penetrar en el fondo al alma también en la completa dedicación de la voluntad al diseño de Dios. Tu obtienes siempre, oh María, esta consolación que sostiene el espíritu sin que tengamos conciencia, y nos darás, a su tiempo, de ver los frutos de nuestro “tener duro”, intercediendo por nuestra fecundidad espiritual. ¡No nos arrepentimos nunca de haber continuado a querer mucho! Nos acordamos ahora, de haber vivido una experiencia similar a aquella de Pablo que escribía a los Corintios: “En nosotros opera la muerte, pero en ustedes la vida” (2Cor 4,12)Tu, oh María, eres Madre del dolor, tu eres aquella que no cesa de amar a Dios no obstante su aparente ausencia, y en él no se cansa de amar a sus hijos, custodiándolos en el silencio de la espera. En tu Sábado santo, ¡oh María! eres el icono de la Iglesia del amor, sostenida por la fe más fuerte de la muerte y viva en la caridad que supera cada abandono. Oh María, obtennos aquella consolación profunda que nos permite de amar también en la noche de la fe y de la esperanza y cuando nos parece de no ver ni siquiera ¡el rostro del hermano!Tu, oh Madre, nos enseñas que el apostolado, la proclamación del evangelio, el servicio pastoral, el empeño de educar en la fe, de generar un pueblo de creyentes, tiene un precio, se paga “un caro precio”. Es así que Jesús nos ha adquirido: “ustedes saben que no a precio de cosas corruptibles, como la plata y el oro, fueron liberados de vuestra vacía conducta heredada de vuestros padres, sino con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pt 1,18-19).Donanos aquella última consolación de la vida que acepta de pagar con agrado, en unión con el corazón de Cristo, este precio de salvación. Has que nuestra pequeña semilla acepte morir, para poder llevar mucho fruto.

(CARLO MARIA MARTINI), La Madonna del Sabado santo. Lettera pastorale 2000-2001, Centro Ambrosiano. Milano 2000, p. 31-35).



TEXTO :

De los “Discursos” de Giorgio di Nicomedia, obispo.

Argumento de nuestro discurso es la presencia continuada de la Madre heroica al sepulcro del Hijo. Mientras de hecho todos se retiraron, solo ella, la Madre, árida de fuego impetuoso de amor y con fe y coraje inquebrantable, sentada al lado de la tumba, olvidando el alimento y el sueño, dispuesta a deleitarse de la beatificante resurrección.Solo la Madre, entonces fue testigo de los eventos que precedieron la resurrección y escuchó aquél terremoto suave y reconfortante, que despertó a los muertos de un tiempo y dejó en el sueño a los guardias que velaban el sepulcro.Por lo cual, creo que a ella fue dado primeramente el anuncio de la resurrección: como de hecho gozó de la inefable encarnación, así exultó por la aparición y el esplendor del Hijo resucitado. Era la Madre: a ella fueron confiados los misterios de la encarnación; a ella sola el Señor le mostró el prodigio de la resurrección; en modo más alto que a los apóstoles y a las mujeres fieles, más allá de la comprensión de las inteligencias angélicas. Por lo cual inmediatamente y primero entre todos la envuelve la luz radiante, el suave fulgor de la resurrección.Se debe, entonces, en este día de alegría, dar inicio con la acción de gracias que ella pronunció mientras estaba sentada cerca del sepulcro. Ella de hecho transcurre en el silencio interior el tiempo que  precede a la resurrección, revocando y meditando el inefable misterio: hablaba a Aquél que había cumplido el inaudito proyecto divino y así tácitamente le decía:“Señor, en la naturaleza divina, impasiblemente tu eres inmortal, pero como hombre has sufrido en nuestra naturaleza; y ahora yaces en el vientre de la tierra, tu que no dejas el seno del Padre. El mundo entero no puede contener tu divinidad, y un sepulcro encierra tu cuerpo.Te acogen exultantes las almas de los justos: con voces de alegría te proclaman Redentor; iluminadas de tu esplendor radiante proclaman tu misterioso amor por el hombre. Muestra también a los habitantes del mundo los trofeos de tu victoria. Tu que invisiblemente están en todo lugar, revelate con la belleza que te pertenece. Irradia la tierra con los fulgores de tu resurrección. Resurge con el cuerpo, tu que no puedes estar prisionero en la divinidad. ¡Despiértate, entonces, tu que insomne velas por los siglos! Levántate, y te circunde con alabanzas la asamblea de los pueblos. Álzate para defensa de tus pobres, a dispersar hasta el exterminio a las potencias adversas. Oh Sol de justicia, libera los rayos de tu renacer. Sean manifestados al mundo los bengalas de tu victoria; a todos sea evidente  tu salvación. “Vean los pobres y se alegren” (Sal 68,33).Que también yo vea tu rostro anhelado del mío deseadísimo Señor; que el Hijo divino contemple la soberana belleza, y vea surgir la gloria de Dios glorificado. que pueda nuevamente escuchar su voz que pronuncia palabras suaves y llenas de gracia.Como en el nacer dejaste primero a la Madre la alegría, así te has mostrado a ella y le has anunciado primero a Ella el gozo de la resurrección. Aparece, tu que siempre permaneces con ella, conservándola invenciblemente”.Mientras la Virgen experta de Dios, así lo alaba e implora, el Hijo le devela el esplendor de la resurrección, y porque es deber honorar a la Madre, la honora con su primera aparición. Era justo de hecho, que  ella sea la primera que acogiese la alegría del mundo aquella que para nosotros fue causa de la plenitud del gozo; ella, a la cual fueron confiados los misterios celestes; ella, que en la pasión de Cristo fue traspasada por innumerables espadas. Era justo, que, como había tenido parte en el sufrimiento del Hijo, pregustase la alegría divina.¡Oh Señora, que fuiste la primera en verlo y anunciarlo, desvela también a nuestros corazones el fulgor de Cristo, nuestra dulcísima luz!A él la gloria, el honor y la acción de gracias, con el Padre y con el Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. ¡Amén!

(Discurso 9: La Virgen en el sepulcro. PG 100, 1489-1504).



TEXTO :


Tomado de la Introducción de la Guía de la Celebración "La Hora de la Madre". Basílica "Santa Maria Maggiore".

Hermanos y hermanas, ayer habíamos celebrado con piedad que conmueve el misterio de la Pasión y de la Muerte del Señor. Hoy Cristo reposa en el corazón de la tierra, después de haber cumplido enteramente la voluntad del Padre.Pero no todo, está todavía cumplido: La Pasión de Cristo Jefe se prolongará hasta el final de los tiempos en sus miembros, hasta la Pascua que surgirá eterna cuando él retorne glorioso. Cada cristiano está llamado a completar en su carne aquello que falta al sufrimiento de Cristo, a favor de su cuerpo que es la Iglesia (cfr. Col.1,24)

En este camino de pasión y de cumplimiento, María tiene el primer puesto: es la Mujer de la fe y del Amor, es la Madre de todos los vivientes. El Sábado Santo, día del “reposo” de Cristo, es la “Hora” de la Madre, en la cual se es místicamente recogida toda la Iglesia, sufriendo y esperando, implorando y amando: única luz sobre el oscurecerse del mundo, intensa flama sobre humear de los corazones; porque ni los apóstoles, ni los discípulos, ni mujeres fieles supieron creer que el Maestro, sería resucitado después de tres días.
 María vigila creyendo, orando. Torturada de las dudas, tentada por satanás, sola resiste, llevando el peso de su suprema participación al misterio salvífico del Hijo, en obediencia al diseño del Padre. Una mujer, Eva, inició con su desobediencia nuestra ruina; una mujer, la Virgen María, ha completado con su obediencia nuestra redención. todas las esperas del mundo y de la humanidad llegan a ser en su ánimo potente, para llamar de los muertos al Hijo asesinado, al autor de la Vida. Porque, si Cristo no hubiese resucitado, vana sería cada fe, no tendría sentido nuestra existencia terrena (cf.1Cor 15, 17-19). En este “gran Sábado”, la fe de toda la Iglesia, la esperanza de cada criatura está en el corazón de la Madre: es ella “Iglesia” que cree contra toda evidencia, que espera contra toda esperanza, que ama hasta el supremo holocausto. Para poder vivir con María la suya y nuestra “Hora de fe”, pidamos humildemente a Dios de lavar nuestros pecados en la Sangre de Cristo y de reavivar nuestra esperanza en la redención que nos ha sido gratuitamente donada.





FUENTE BIBLIOGRÁFICA :


L’«Ora» della Madre. Celebrazione per il Sabato Santo ispirata alla Liturgia bizantina (anche CD e musicassetta).
Centro di Cultura Mariana «Madre della Chiesa» Via del Corso, 306 - 00186 Roma
 Tel. e Fax: 06.6783490 E-mail: centro@culturamariana.com





Liturgia del Sábado Santo :

"Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y se abstiene del sacrificio de la misa, quedando por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne Vigilia o expectación nocturna de la resurrección

se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pascuales.
En este día no se puede distribuir la sagrada comunión, a no ser en caso de viático". 
(Misal Romano)


ITALIANO :

TESTO :

Dalla Lettera pastorale «La Madonna del Sabato santo» di Carlo Maria Martini, vescovo


Nel sabato dell’assenza e della solitudine sei la Madre dell’amore O Maria, azzardo un’ultima domanda: ma che senso ha tanto tuo soffrire? Come puoi rimanere salda mentre gli amici del tuo Figlio fuggono, si disperdono, si nascondo-no? Come fai a dare significato alla tragedia che stai vivendo? Mi pare che tu risponda con le parole del tuo Figlio: «Se il chicco di grano caduto in terra non muore, rimane solo; se invece muore, produce molto frutto» (Gv 12,24).
Il senso del tuo soffrire, o Maria, è dunque la generazione di un popolo di credenti. Tu nel Sabato santo ci stai davanti come madre amorosa che genera i suoi figli a partire dalla croce, intuendo che né il tuo sacrificio né quello del Figlio sono vani. Se lui ci ha amato e ha dato se stesso per noi (cf Gal 2,20), se il Padre non lo ha risparmiato, ma lo ha consegnato per tutti noi (cf Rom 8,32), tu hai unito il tuo cuore materno all’infinita carità di Dio con la certezza della sua fecondità. Ne è nato un popolo, «una moltitudine immensa... di ogni nazione, razza, popolo e lingua» (Ap 7,9); il discepolo prediletto che ti è stato affidato ai piedi della croce («Donna, ecco il tuo figlio»: Gv 19,26) è il simbolo di questa moltitudine.
La consolazione con la quale Dio ti ha sostenuto nel Sabato santo, nell’assenza di Gesù e nella dispersione dei suoi discepoli, è una forza interiore di cui non è necessario essere coscienti, ma la cui presenza ed efficacia si misura dai frutti, dalla fecondità spirituale. E noi, qui e ora, o Maria, siamo i figli della tua sofferenza. [...]
Tu conosci, o Maria, probabilmente per esperienza personale, come il buio del Sabato santo possa talora penetrare fino in fondo all’anima pur nella completa dedizione della volontà al disegno di Dio. Tu ci ottieni sempre, o Maria, questa consolazione che sostiene lo spirito senza che ne abbiamo coscienza, e ci darai, a suo tempo, di vedere i frutti del nostro “tener duro”, intercedendo per la nostra fecon-dità spirituale. Non ci si pente mai di aver continuato a voler bene! Ci accorgeremo allora di aver vissuto un’esperienza simile a quella di Paolo che scriveva ai Corinti: «In noi opera la morte, ma in voi la vita» (2 Cor 4,12).
Tu, o Maria, sei Madre del dolore, tu sei colei che non cessa di amare Dio nonostante la sua apparente assenza, e in Lui non si stanca di amare i suoi figli, custodendoli nel silenzio dell’attesa. Nel tuo Sabato santo, o Maria, sei l’icona della Chiesa dell’amore, sostenuta dalla fede più forte della morte e viva nella carità che supera ogni abbandono. O Maria, ottienici quella consolazione profonda che ci permette di amare anche nella notte della fede e della speranza e quando ci sembra di non vedere neppure più il volto del fratello!
Tu, o Maria, ci insegni che l’apostolato, la proclamazione del Vangelo, il servizio pastorale, l’impegno di educare alla fede, di generare un popolo di credenti, ha un prezzo, si paga «a caro prezzo». È così che Gesù ci ha acquistati: «Voi sapete che non a prezzo di cose corruttibili, come l’argento e l’oro, foste liberati dalla vostra
vuota condotta ereditata dai vostri padri, ma con il sangue prezioso di Cristo» (1 Pt 1,18-19).
Donaci quell’intima consolazione della vita che accetta di pagare volentieri, in unione col cuore di Cristo, questo prezzo della salvezza. Fa’ che il nostro piccolo seme accetti di morire per portare molto frutto!
(CARLO MARIA MARTINI, La Madonna del Sabato santo. Lettera pastorale 2000-2001, Centro Ambrosiano, Milano 2000, p. 31-35).


TESTO :

Dai «Discorsi» di Giorgio di Nicomedia, vescovo

Argomento del nostro discorso è la presenza continuata della Madre eroica al sepolcro del Figlio. Mentre infatti tutti si ritirarono, solo lei, la Madre, arsa da fuoco impetuoso d’amore e con fede e coraggio incrollabile, sedette accanto alla tomba, immemore del cibo e del sonno, pro-tesa a deliziarsi della beatificante risurrezione.
Solo la Madre fu dunque testimone degli eventi che precedettero la risurrezione e udì quel terremoto soave e confortante, che svegliò i morti d’un tempo e gettò nel sonno le guardie che vegliavano il sepolcro.
Perciò ritengo che a lei per prima fu dato l’annunzio del-la divina risurrezione: come infatti gioì dell’ineffabile incarnazione, così esultò per l’apparizione e lo splendore del Figlio risorto. Era la Madre: a lei furono affidati i misteri dell’incarnazione; a lei sola il Signore mostrò i prodigi della risurrezione, in modo più alto che agli Apostoli e alle donne fedeli, al di sopra della stessa comprensione delle intelligenze angeliche. Perciò immediatamente e prima fra tutti l’avvolse la luce radiosa, il lieto fulgore della risurrezione.
Merita dunque, in questo giorno di gioia, esordire col rendimento di grazie che lei pronunciò mentre sedeva presso il sepolcro. Ella infatti trascorse nel silenzio interiore il tempo che precedette la risurrezione, rievocando e meditando l’ineffabile mistero: parlava a Colui che aveva compiuto l’inaudito progetto divino e così tacitamente gli diceva:
«Signore, nella natura divina, impassibile tu sei ed immortale, ma come uomo hai sofferto nella nostra natura; ed ora giaci nel grembo della terra, tu che non lasci il seno del Padre. Il mondo intero non può contenere la tua divinità, ed un sepolcro racchiude il tuo corpo.
T’accolgono esultanti le anime dei giusti: con voci di gioia ti acclamano redentore; illuminate dal tuo splendore raggiante proclamano il tuo misterioso amore per l’uomo. Mostra anche agli abitanti del mondo i trofei della tua vit-toria. Tu che invisibilmente sei dovunque, rivèlati con la bellezza che ti appartiene. Irradia la terra con i fulgori della tua risurrezione. Risorgi col corpo, tu che non puoi essere imprigionato nella divinità. Risvègliati, dunque, tu che insonne vegli nei secoli! Lèvati, e ti circondi con lodi l’as-semblea dei popoli. Àlzati a difesa dei tuoi poveri, a disperdere fino allo sterminio le potenze avverse. O Sole di giustizia, sprigiona i raggi del tuo rinascere. Siano manifesti al mondo i bagliori della tua vittoria; a tutti sia nota la tua salvezza. “Vedano i poveri e si rallegrino” (Sal 68, 33). 
Che anch’io veda il volto bramato del mio desideratissimo Signore; che del Figlio divino contempli la sovrumana bellezza, e veda sorgere la gloria del Dio glorificato. Che possa riascoltare la sua voce che pronunzia parole soavi e piene di grazia.
Come nel nascere recasti alla Madre per prima la gioia, così mòstrati a lei ad annunciarle per prima il gaudio della tua risurrezione. Appari, tu che sempre rimani con lei, serbandola invincibile».
Mentre la Vergine esperta di Dio così inneggia ed implora, il Figlio le svela lo splendore della risurrezione; e poiché è dovere onorare la Madre, l’onora con la sua prima apparizione. Era giusto infatti che per prima accogliesse la gioia del mondo colei che a noi fu causa della pienezza del gaudio: lei, cui vennero affidati i misteri celesti; lei, che nella passione di Cristo fu trapassata da innumerevoli spade. Era giusto che, come ebbe parte ai patimenti del Figlio, ne pregustasse la gioia divina.
O Signora, che per prima l’hai visto ed annunziato, svela anche ai nostri cuori il fulgore di Cristo, nostra dolcissi
ma luce! A lui la gloria, l’onore e il rendimento di grazie, col Padre e con lo Spirito Santo, ora e sempre e per i secoli dei secoli. Amen!

(Discorso 9: La Vergine al sepolcro. PG 100, 1489-1504).


TESTO :

Fratelli e sorelle, ieri abbiamo celebrato con pietà commossa il mistero della Passione e della Morte del Signore. Oggi Cristo riposa nel cuore della terra, dopo aver compiuto interamente la volontà del Padre.
Ma non tutto ancora è compiuto: la Passione di Cristo Capo si prolungherà fino alla fine dei tempi nelle sue membra, fino alla Pasqua che sorgerà eterna quando egli ritornerà glorioso. Ogni cristiano è chiamato a completare nella sua carne ciò che manca ai patimenti di Cristo, a favore del suo corpo che è la Chiesa (cf. Col 1, 24). 
In questo cammino di passione e di compimento, Maria ha il primo posto: è la Donna della fede e dell’Amore, è la Madre di tutti i viventi. Il Sabato Santo, giorno del «riposo» di Cristo, è l’«Ora» della Madre, nella quale si è misticamente raccolta tutta la Chiesa, soffrendo e sperando, implorando ed amando: unica luce sull’oscurarsi del mondo, vivida fiamma sul fumigare dei cuori: perché né Apostoli, né discepoli, né donne fedeli sapevano credere che il Maestro sarebbe risorto glorioso dopo tre giorni.
Maria veglia credendo, pregando. Torturata dal dubbio, tentata da satana, sola resiste, portando il peso della sua suprema partecipazione al mistero salvifico del Figlio, in obbedienza al disegno del Padre. Una donna, Eva, iniziò con la sua disobbedienza la nostra rovina; una donna, la Vergine Maria, ha completato con la sua ubbidienza la nostra redenzione. Tutte le attese del mondo e dell’umanità diventano nel suo animo grido possente, per richiamare dai morti il Figlio ucciso, l’autore della Vita. Perché, se Cristo non fosse risorto, vana sarebbe ogni fede, non avrebbe senso la nostra esistenza terrena (cf. 1 Cor 15, 17-19).
In questo «grande Sabato», la fede di tutta la Chiesa, la speranza di ogni creatura sta nel cuore della Madre: è lei «Chiesa» che crede contro ogni evidenza, che spera contro ogni speranza, che ama fino al supremo olocausto. Per poter vivere con Maria la sua e nostra «Ora di fede» chiediamo umilmente a Dio di lavare i nostri peccati nel Sangue di Cristo e di ravvivare la nostra speranza nella redenzione che ci è stata gratuitamente donata.

( Introduzione. L’«Ora» della Madre).