Sin dudas, ...¡eres Padre!!..

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miércoles, 29 de agosto de 2018

V. Combate, vigilancia y discernimiento. FRANCISCO. "Gaudete et exsultate".




CAPÍTULO QUINTO

COMBATE, VIGILANCIA Y DISCERNIMIENTO





158. La vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. 



Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida.
                          




El combate y la vigilancia

159. No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. 


Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: 
la pereza, 


la lujuria, 


la envidia, 


los celos, y demás). 


Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal. 



Jesús mismo festeja nuestras victorias. Se alegraba cuando sus discípulos lograban avanzar en el anuncio del Evangelio, superando la oposición del Maligno, y celebraba: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10,18).

    



Algo más que un mito


160. No aceptaremos la existencia del diablo si nos empeñamos en mirar la vida solo con criterios empíricos y sin sentido sobrenatural. 



Precisamente, la convicción de que este poder maligno está entre nosotros, es lo que nos permite entender por qué a veces el mal tiene tanta fuerza destructiva. 


Es verdad que los autores bíblicos tenían un bagaje conceptual limitado para expresar algunas realidades y que en tiempos de Jesús se podía confundir, por ejemplo, una epilepsia con la posesión del demonio.


Sin embargo, eso no debe llevarnos a simplificar tanto la realidad diciendo que todos los casos narrados en los evangelios eran enfermedades psíquicas y que en definitiva el demonio no existe o no actúa. 


Su presencia está en la primera página de las Escrituras, que acaban con la victoria de Dios sobre el demonio[120]


De hecho, cuando Jesús nos dejó el Padrenuestro quiso que termináramos pidiendo al Padre que nos libere del Malo. 


La expresión utilizada allí no se refiere al mal en abstracto y su traducción más precisa es «el Malo». Indica un ser personal que nos acosa. Jesús nos enseñó a pedir cotidianamente esa liberación para que su poder no nos domine.

    
161. Entonces, no pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea[121]



Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. 


Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque «como león rugiente, ronda buscando a quien devorar» (1 P 5,8).





Despiertos y confiados


162. La Palabra de Dios nos invita claramente a «afrontar las asechanzas del diablo» (Ef 6,11) y a detener «las flechas incendiarias del maligno» (Ef 6,16). 



No son palabras románticas, porque nuestro camino hacia la santidad es también una lucha constante. 


Quien no quiera reconocerlo se verá expuesto al fracaso o a la mediocridad. Para el combate tenemos las armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, 


la meditación de la Palabra de Dios,


la celebración de la Misa, 


la adoración eucarística, 


la reconciliación sacramental, 


las obras de caridad, 

la vida comunitaria, 


el empeño misionero. 


Si nos descuidamos nos seducirán fácilmente las falsas promesas del mal, porque, como decía el santo cura Brochero, 




 «¿qué importa que Lucifer os prometa liberar y aun os arroje al seno de todos sus bienes, si son bienes engañosos, si son bienes envenenados?»[122].



163. En este camino, el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal. 



Nadie resiste si opta por quedarse en un punto muerto, si se conforma con poco, si deja de soñar con ofrecerle al Señor una entrega más bella.



Menos aún si cae en un espíritu de derrota, porque «el que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. […]

    


El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal»[123].

            



La corrupción espiritual

164. El camino de la santidad es una fuente de paz y de gozo que nos regala el Espíritu, pero al mismo tiempo requiere que estemos «con las lámparas encendidas» (Lc 12,35) 



y permanezcamos atentos: «Guardaos de toda clase de mal» (1 Ts 5,22). 



«Estad en vela» (Mt 24,42; cf. Mc 13,35). «No nos entreguemos al sueño» (1 Ts 5,6). Porque quienes sienten que no cometen faltas graves contra la Ley de Dios, pueden descuidarse en una especie de atontamiento o adormecimiento. Como no encuentran algo grave que reprocharse, no advierten esa tibieza que poco a poco se va apoderando de su vida espiritual y terminan desgastándose y corrompiéndose.



165. La corrupción espiritual es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14). 



Así acabó sus días Salomón, mientras el gran pecador David supo remontar su miseria. 



En un relato, Jesús nos advirtió acerca de esta tentación engañosa que nos va deslizando hacia la corrupción: menciona una persona liberada del demonio que, pensando que su vida ya estaba limpia, terminó poseída por otros siete espíritus malignos (cf. Lc 11,24-26). 



Otro texto bíblico utiliza una imagen fuerte: «El perro vuelve a su propio vómito» (2 P 2,22; cf. Pr 26,11).






El discernimiento

166. ¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? 




La única forma es el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual.






Una necesidad imperiosa

167. Hoy día, el hábito del discernimiento se ha vuelto particularmente necesario. Porque la vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas. 



Todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. 


Es posible navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. 





Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento.



168. Esto resulta especialmente importante cuando aparece una novedad en la propia vida, y entonces hay que discernir si es el vino nuevo que viene de Dios o es una novedad engañosa del espíritu del mundo o del espíritu del diablo. 



En otras ocasiones sucede lo contrario, porque las fuerzas del mal nos inducen a no cambiar, a dejar las cosas como están, a optar por el inmovilismo o la rigidez. 



Entonces impedimos que actúe el soplo del Espíritu. Somos libres, con la libertad de Jesucristo, pero él nos llama a examinar lo que hay dentro de nosotros ―deseos, angustias, temores, búsquedas― y lo que sucede fuera de nosotros —los «signos de los tiempos»— para reconocer los caminos de la libertad plena: «Examinadlo todo; quedaos con lo bueno» (1 Ts 5,21).






Siempre a la luz del Señor

169. El discernimiento no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial. 



Es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer. 



Muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo que parece irrelevante, porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo cotidiano[124]



Se trata de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy.


Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia». 



Al mismo tiempo, el discernimiento nos lleva a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones.





Un don sobrenatural

170. Es verdad que el discernimiento espiritual no excluye los aportes de sabidurías humanas, existenciales, psicológicas, sociológicas o morales. Pero las trasciende. Ni siquiera le bastan las sabias normas de la Iglesia. 



Recordemos siempre que el discernimiento es una gracia. Aunque incluya la razón y la prudencia, las supera, porque se trata de entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno y que se realiza en medio de los más variados contextos y límites. 


No está en juego solo un bienestar temporal, ni la satisfacción de hacer algo útil, ni siquiera el deseo de tener la conciencia tranquila. 



Está en juego el sentido de mi vida ante el Padre que me conoce y me ama, el verdadero para qué de mi existencia que nadie conoce mejor que él. 


El discernimiento, en definitiva, conduce a la fuente misma de la vida que no muere, es decir, conocer al Padre, el único Dios verdadero, y al que ha enviado: Jesucristo (cf. Jn 17,3). 


No requiere de capacidades especiales ni está reservado a los más inteligentes o instruidos, y el Padre se manifiesta con gusto a los humildes (cf. Mt 11,25).



171. Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y en todo momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones que creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de la propia existencia a la luz de Dios. 



Así podemos dejar nacer esa nueva síntesis que brota de la vida iluminada por el Espíritu.

            




Habla, Señor

172. Sin embargo, podría ocurrir que en la misma oración evitemos dejarnos confrontar por la libertad del Espíritu, que actúa como quiere. 



Hay que recordar que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. 


Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas. 


Así está realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades pero que lo lleva a una vida mejor, porque no basta que todo vaya bien, que todo esté tranquilo.



Dios puede estar ofreciendo algo más, y en nuestra distracción cómoda no lo reconocemos.



173. Tal actitud de escucha implica, por cierto, obediencia al Evangelio como último criterio, pero también al Magisterio que lo custodia, intentando encontrar en el tesoro de la Iglesia lo que sea más fecundo para el hoy de la salvación.



No se trata de aplicar recetas o de repetir el pasado, ya que las mismas soluciones no son válidas en toda circunstancia y lo que era útil en un contexto puede no serlo en otro. 


El discernimiento de espíritus nos libera de la rigidez, que no tiene lugar ante el perenne hoy del Resucitado.



Únicamente el Espíritu sabe penetrar en los pliegues más oscuros de la realidad y tener en cuenta todos sus matices, para que emerja con otra luz la novedad del Evangelio.




La lógica del don y de la cruz

174. Una condición esencial para el progreso en el discernimiento es educarse en la paciencia de Dios y en sus tiempos, que nunca son los nuestros. 



Él no hace caer fuego sobre los infieles (cf. Lc 9,54), ni permite a los celosos «arrancar la cizaña» que crece junto al trigo (cf. Mt 13,29). 


También se requiere generosidad, porque «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20,35). No se discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta vida, sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el Bautismo, y eso implica estar dispuestos a renuncias hasta darlo todo. 


Porque la felicidad es paradójica y nos regala las mejores experiencias cuando aceptamos esa lógica misteriosa que no es de este mundo, como decía san Buenaventura refiriéndose a la cruz: «Esta es nuestra lógica»[125]


Si uno asume esta dinámica, entonces no deja anestesiar su conciencia y se abre generosamente al discernimiento.



175. Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay espacios que queden excluidos. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle algo más a Dios, aun en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes. 



Pero hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida. 


El que lo pide todo también lo da todo, y no quiere entrar en nosotros para mutilar o debilitar sino para plenificar. 


Esto nos hace ver que el discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos.




***


176. Quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. 



Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. 


Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. 


Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. 


Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. 


La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…».



177. Espero que estas páginas sean útiles para que toda la Iglesia se dedique a promover el deseo de la santidad. 



Pidamos que el Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este intento. 


Así compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar.

           


Dado en Roma, junto a San Pedro, el 19 de marzo, Solemnidad de San José, del año 2018, sexto de mi Pontificado.


Francisco






[1] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 708.


[2] Supone de todos modos que haya fama de santidad y un ejercicio, al menos en grado ordinario, de las virtudes cristianas: cf. Motu proprio Maiorem hac dilectionem (11 julio 2017), art. 2c: L’Osservatore Romano (12 julio 2017), p. 8.


[3] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 9.


[4] Cf. Joseph Malègue, Pierres noires. Les classes moyennes du Salut, París 1958.


[5] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 12.


[6] Vida escondida y epifanía, en Obras Completas V, Burgos 2007, 637.


[7] S. Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 56: AAS 93 (2001), 307.


[8] Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 37: AAS 87 (1995), 29.


[9] Homilía en la Conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX (7 mayo 2000), 5: AAS 92 (2000), 680-681.


[10] Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.


[11] Hans U. von Balthasar, “Teología y santidad”, en Communio 6 (1987), 489.


[12] Cántico Espiritual B, Prólogo, 2.


[13] Ibíd., XIV-XV, 2.


[14] Cf. Catequesis (19 noviembre 2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (21 noviembre 2014), p. 16.


[15] S. Francisco de Sales, Tratado del amor a Dios, VIII, 11.


[16] Cinco panes y dos peces: un gozoso testimonio de fe desde el sufrimiento en la cárcel, México 19999, 21.


[17] Conferencia de Obispos católicos de Nueva Zelanda, Healing love (1 enero 1988).


[18] Cf. Ejercicios espirituales, 102-312.


[19] Catecismo de la Iglesia Católica, 515.


[20] Ibíd., 516.


[21] Ibíd., 517.


[22] Ibíd., 518.


[23] Ibíd., 521.


[24] Benedicto XVI, Catequesis (13 abril 2011): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (17 abril 2011), p. 11.


[25] Ibíd.


[26] Cf. Hans U. von Balthasar, “Teología y santidad”, en Communio 6 (1987), 486-493.


[27] Xavier Zubiri, Naturaleza, historia, Dios, Madrid 19993, 427.


[28] Carlo M. Martini, Las confesiones de Pedro, Estella 1994, 76.


[29] Es necesario distinguir esta distracción superficial, de una sana cultura del ocio, que nos abre al otro y a la realidad con un espíritu disponible y contemplativo.


[30] S. Juan Pablo II, Homilía en la Misa de canonización (1 octubre 2000), 5: AAS 92 (2000), 852.


[31] Conferencia Episcopal Regional de África Occidental, Mensaje pastoral a la conclusión de la II Asamblea Plenaria (29 febrero 2016), 2.


[32] La mujer pobre, II, 27.


[33] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Placuit Deo, sobre algunos aspectos de la salvación cristiana (22 febrero 2018), 4: L’Osservatore Romano (2 marzo 2018), pp. 4-5: «Tanto el individualismo neo-pelagiano como el desprecio neo-gnóstico del cuerpo deforman la confesión de fe en Cristo, el Salvador único y universal». En este documento se encuentran las bases doctrinales para la comprensión de la salvación cristiana en relación con las derivas neo-gnósticas y neo-pelagianas actuales.


[34] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 94: AAS 105 (2013), 1060.


[35] Ibíd.: AAS 105 (2013), 1059.


[36] Homilía en la Misa de la Casa Santa Marta (11 noviembre 2016): L’Osservatore Romano (12 noviembre 2016), p. 8.


[37] Como enseña S. Buenaventura: «Es necesario que se dejen todas las operaciones intelectuales, y que el ápice del afecto se traslade todo a Dios y todo se transforme en Dios. […] Y así, no pudiendo nada la naturaleza y poco la industria, ha de darse poco a la inquisición y mucho a la unción; poco a la lengua y muchísimo a la alegría interior; poco a la palabra y a los escritos, y todo al don de Dios, que es el Espíritu Santo; poco o nada a la criatura, todo a la esencia creadora, esto es, al Padre, y al Hijo, y a Espíritu Santo» (Itinerario de la mente a Dios, VII, 4-5).


[38] Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina en el centenario de la Facultad de Teología (3 marzo 2015): L’Osservatore Romano (10 marzo 2015), p. 6.


[39] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 40: AAS 105 (2013), 1037.


[40] Videomensaje al Congreso internacional de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina (1-3 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 980.


[41] Exhort. ap. postsin. Vita consecrata (25 marzo 1996), 38: AAS 88 (1996), 412.


[42] Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina en el centenario de la Facultad de Teología (3 marzo 2015): L’Osservatore Romano (10 marzo 2015), p. 6.


[43] Carta a Fray Antonio, 2: FF 251.


[44] Los siete dones del Espíritu Santo, 9, 15.


[45] Id., In IV Sent., 37, 1, 3, ad 6.


[46] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 94: AAS 105 (2013), 1059.


[47] Cf. S. Buenaventura, Las seis alas del Serafín 3, 8: «Non omnes omnia possunt». Cabe entenderlo en la línea del Catecismo de la Iglesia Católica, 1735.


[48] Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I-II, q.109, a.9, ad 1: «La gracia entraña cierta imperfección, en cuanto no sana perfectamente al hombre».


[49] Cf. La naturaleza y la gracia, XLIII, 50: PL 44, 271.


[50] Confesiones X, 29, 40: PL 32, 796.


[51] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44: AAS 105 (2013), 1038.


[52] La fe cristiana entiende la gracia como preveniente, concomitante y subsecuente a nuestras acciones (cf. Conc. Ecum. de Trento, Ses. VI, Decr. de iustificatione, sobre la justificación, cap. 5: DH, 1525).


[53] Cf. Homilías sobre la carta a los Romanos, IX, 11: PG 60, 470.


[54] Homilía sobre la humildad: PG 31, 530.


[55] Canon 4, DH 374.


[56] Ses. VI, Decr. de iustificatione, sobre la justificación, cap. 8: DH 1532.


[57] N. 1998.


[58] Ibíd., 2007.


[59] Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I-II, q.114, a.5.


[60] Sta. Teresa de Lisieux, “Acto de ofrenda al Amor misericordioso” (Oraciones, 6).


[61] Lucio Gera, “Sobre el misterio del pobre”, en P. Grelot-L. Gera-A. Dumas, El Pobre, Buenos Aires 1962, 103.


[62] Esta es, en definitiva, la doctrina católica acerca del «mérito» posterior a la justificación: se trata de la cooperación del justificado para el crecimiento de la vida de la gracia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2010). Pero esta cooperación de ninguna manera hace que la justificación misma y la amistad con Dios se vuelvan objeto de un mérito humano.


[63] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 95: AAS 105 (2013), 1060.


[64] Summa Theologiae I-II, q.107, a.4.


[65] Homilía durante el Jubileo de las personas socialmente excluidas (13 noviembre 2016): L’Osservatore Romano (14-15 noviembre 2016), p. 8.


[66] Cf. Homilía en la Misa de la Casa Santa Marta (9 junio 2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13 junio 2014), p. 11.


[67] El orden entre la segunda y la tercera bienaventuranza cambia según las diversas tradiciones textuales.


[68] Ejercicios espirituales, 23.


[69] Manuscrito C, 12r.


[70] Desde los tiempos patrísticos, la Iglesia valora el don de lágrimas, como se puede ver también en la hermosa oración Ad petendam compunctionem cordis: «Oh Dios omnipotente y mansísimo, que para el pueblo sediento hiciste surgir de la roca una fuente de agua viva, haz brotar de la dureza de nuestros corazones lágrimas de compunción, para que llorando nuestros pecados, obtengamos por tu misericordia el perdón» (Missale Romanum, ed. typ. 1962, p. [110]).


[71] Catecismo de la Iglesia Católica, 1789; cf. 1970.


[72] Ibíd., 1787.


[73] La difamación y la calumnia son como un acto terrorista: se arroja la bomba, se destruye, y el atacante se queda feliz y tranquilo. Esto es muy diferente de la nobleza de quien se acerca a conversar cara a cara, con serena sinceridad, pensando en el bien del otro.


[74] En algunas ocasiones puede ser necesario conversar acerca de las dificultades de algún hermano. En estos casos puede ocurrir que se transmita un relato en lugar de un hecho objetivo. La pasión deforma la realidad concreta del hecho, lo transforma en relato y termina transmitiendo ese relato cargado de subjetividad. Así se destruye la realidad y no se respeta la verdad del otro.


[75] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 218: AAS 105 (2013), 1110.


[76] Ibíd., 239: 1116.


[77] Ibíd., 227: 1112.


[78] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 41c: AAS 83 (1991), 844-845.


[79]Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 49: AAS 93 (2001), 302.


[80] Ibíd.


[81] Bula Misericordiae Vultus (11 abril 2015), 12: AAS 107 (2015), 407.


[82] Recordemos la reacción del buen samaritano ante el hombre que unos bandidos dejaron medio muerto al borde del camino (cf. Lc 10,30-37).


[83] Conferencia Canadiense de Obispos Católicos. Comisión de Asuntos Sociales, Carta abierta a los miembros del Parlamento, The Common Good or Exclusion: A Choice for Canadians (1 febrero 2001), 9.


[84] Cf. La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, según el magisterio constante de la Iglesia, ha enseñado que el ser humano «es siempre sagrado, desde su concepción, en todas las etapas de su existencia, hasta su muerte natural y después de la muerte», y que su vida debe ser cuidada «desde la concepción, en todas sus etapas, y hasta la muerte natural» (Documento de Aparecida, 29 junio 2007, 388,464).


[85] Regla, 53, 1: PL 66, 749.


[86] Cf. Ibíd., 53, 7: PL 66, 750.


[87] Ibíd., 53, 15: PL 66, 751.


[88] Bula Misericordiae Vultus (11 abril 2015), 9: AAS 107 (2015), 405.


[89] Ibíd., 10: AAS 107 (2015), 406.


[90] Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016), 311: AAS 108 (2016), 439.


[91] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 197: AAS 105 (2013), 1103.


[92] Cf. Summa Theologiae II-II, q.30, a.4.


[93] Ibíd., ad 1.


[94] Cristo en los pobres, Madrid 1981, 37-38.


[95] Hay muchas formas de bullying que, aunque parezcan elegantes o respetuosas e incluso muy espirituales, provocan mucho sufrimiento en la autoestima de los demás.


[96] Cautelas, 13b.


[97] Ibíd., 13a.


[98] Diario, p. 132.


[99] Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I-II, q.70, a.3.


[100] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 6: AAS 105 (2013), 1221.


[101] Recomiendo rezar la oración atribuida a santo Tomás Moro: «Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir. Concédeme la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla. Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante el pecado, sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en orden. Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no permitas que sufra excesivamente por esa cosa tan dominante que se llama yo. Dame, Señor, el sentido del humor. Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás. Así sea».


[102] Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016), 110: AAS 108 (2016), 354.


[103] Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 80: AAS 68 (1976), 73. Es interesante advertir que en este texto el beato Pablo VI une íntimamente la alegría a la parresía. Así como lamenta «la falta de alegría y de esperanza», exalta la «dulce y confortadora alegría de evangelizar» que está unida a «un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir», para que el mundo no reciba el Evangelio «a través de evangelizadores tristes y desalentados». Durante el Año Santo de 1975, el mismo Pablo VI dedicó a la alegría la Exhortación Apostólica, Gaudete in Domino (9 mayo 1975): AAS 67 (1975), 289-322.


[104] Cautelas, 15.


[105] S. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsin. Vita consecrata (25 marzo 1996), 42: AAS 88 (1996), 416.


[106] Confesiones, IX, 10, 23-25: PL 32, 773-775.


[107] Especialmente recuerdo las tres palabras clave «permiso, gracias, perdón», porque «las palabras adecuadas, dichas en el momento justo, protegen y alimentan el amor día tras día»: Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016), 133: AAS108 (2016), 363.


[108] Sta. Teresa de Lisieux, Manuscrito C, 29v-30r.


[109] Grados de perfección, 2.


[110] Id., Avisos a un religioso para alcanzar la perfección, 9b.


[111] Libro de la Vida, 8, 5.


[112] Juan Pablo II, Carta ap. Orientale lumen (2 mayo 1995), 16: AAS 87 (1995), 762.


[113] Discurso en el V Congreso de la Iglesia italiana, Florencia (10 noviembre 2015): AAS 107 (2015), 1284.


[114] Cf. S. Bernardo, Sermones sobre el Cantar de los Cantares 61, 3-5: PL 183, 1071-1073.


[115] Relatos de un peregrino ruso, Buenos Aires 1990, 25.96.


[116] Cf. Ejercicios espirituales, 230-237.


[117] Carta a Henry de Castries (14 agosto 1901).


[118] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 259.


[119] Conferencia de Obispos Católicos de India, Declaración final de la XXI Asamblea plenaria (18 febrero 2009), 3.2.


[120] Cf. Homilía en la Misa de la Casa Santa Marta (11 octubre 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (18 octubre 2013), p. 12.


[121] Cf. B. Pablo VI, Catequesis (15 noviembre 1972): Ecclesia (1972/II), 1605: «Una de las necesidades mayores es la defensa de aquel mal que llamamos Demonio. […] El mal no es solamente una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su existencia; o bien quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene, como cualquier otra criatura, su origen en Dios; o bien la explica como una pseudorrealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias».


[122] S. José Gabriel del Rosario Brochero, Plática de las banderas, en Conferencia Episcopal Argentina, El Cura Brochero. Cartas y sermones, Buenos Aires 1999, 71.


[123] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 85: AAS 105 (2013), 1056.


[124] En la tumba de san Ignacio de Loyola se encuentra este sabio epitafio: «Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est» (Es divino no asustarse por las cosas grandes y a la vez estar atento a lo más pequeño).


[125] Colaciones sobre el Hexaemeron, 1, 30.

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¡Un gracias de todo corazón!!..
queridos amigos...
hemos caminado juntos por estos 5 espléndidos capítulos, de este hermoso documento de Papa Francisco... : 
"Alégrense y exulten"
que el Rey de nuestros corazones..
reine siempre en ellos!!...
y si esto es así...
momento a momento a lo largo de cada uno de nuestros días...
el camino hacia el Cielo...
está asegurado!!..
Santa Rosa de Lima los guíe en esta "aventura de vivir"...
¡Sean felices!!..






También te sugiero meditar.. :

ALÉGRENSE Y EXULTEN. Francisco.

I. EL LLAMADO A LA SANTIDAD. Francisco. Gaudete et exsultate.

II. DOS SUTILES ENEMIGOS DE LA SANTIDAD. Francisco. Gaudete et exsultate.


III. A LA LUZ DEL MAESTRO. Francisco. Gaudete et exsultate.


IV. ALGUNAS NOTAS DE LA SANTIDAD EN EL MUNDO ACTUAL. Francisco. Gaudete et exsultate.





BIBLIOGRAFÍA :

Exhortación Apostólica

GAUDETE ET EXSULTATE . La Santa Sede.