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miércoles, 24 de marzo de 2021

# 2. EL MUNDO DEL SUFRIMIENTO HUMANO . "Salvifici doloris". JUAN PABLO II





CARTA APOSTÓLICA

SALVIFICI DOLORIS

DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS, SACERDOTES,
FAMILIAS RELIGIOSAS
Y FIELES DE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE EL SENTIDO CRISTIANO
DEL SUFRIMIENTO HUMANO

II

EL MUNDO DEL SUFRIMIENTO HUMANO


5. Aunque en su dimensión subjetiva, como hecho personal, encerrado en el concreto e irrepetible interior del hombre, el sufrimiento parece casi inefable e intransferible, quizá al mismo tiempo ninguna otra cosa exige —en su « realidad objetiva »— ser tratada, meditada, concebida en la forma de un explícito problema; y exige que en torno a él hagan preguntas de fondo y se busquen respuestas. 



Como se ve, no se trata aquí solamente de dar una descripción del sufrimiento. 



Hay otros criterios, que van más allá de la esfera de la descripción y que hemos de tener en cuenta, cuando queremos penetrar en el mundo del sufrimiento humano.




Puede ser que la medicina, en cuanto ciencia y a la vez arte de curar, descubra en el vasto terreno del sufrimiento del hombre el sector más conocido, el identificado con mayor precisión y relativamente más compensado por los métodos del « reaccionar » (es decir, de la terapéutica). 





Sin embargo, éste es sólo un sector. El terreno del sufrimiento humano es mucho más vasto, mucho más variado y pluridimensional. 



El hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones. 





El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. 




Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. 





Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento. 





Aunque se puedan usar como sinónimos, hasta un cierto punto, las palabras « sufrimiento » y « dolor », el sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera « duele el cuerpo », mientras que el sufrimiento moral es « dolor del alma ». 






Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión « psíquica » del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico. 




La extensión y la multiformidad del sufrimiento moral no son ciertamente menores que las del físico; pero a la vez aquél aparece como menos identificado y menos alcanzable por la terapéutica.




6. La Sagrada Escritura es un gran libro sobre el sufrimiento. De los libros del Antiguo Testamento mencionaremos sólo algunos ejemplos de situaciones que llevan el signo del sufrimiento, ante todo moral: el peligro de muerte[5], la muerte de los propios hijos[6], y especialmente la muerte del hijo primogénito y único[7]. 




También la falta de prole[8], la nostalgia de la patria[9], la persecución y hostilidad del ambiente[10], el escarnio y la irrisión hacia quien sufre[11], la soledad y el abandono[12]. 




Y otros más, como el remordimiento de conciencia[13], la dificultad en comprender por qué los malos prosperan y los justos sufren[14], la infidelidad e ingratitud por parte de amigos y vecinos[15], las desventuras de la propia nación[16].





El Antiguo Testamento, tratando al hombre como un « conjunto » psicofísico, une con frecuencia los sufrimientos « morales » con el dolor de determinadas partes del organismo: de los huesos[17], de los riñones[18], del hígado[19], de las vísceras[20], del corazón[21]. 





En efecto, no se puede negar que los sufrimientos morales tienen también una parte « física » o somática, y que con frecuencia se reflejan en el estado general del organismo.





7. Como se ve a través de los ejemplos aducidos, en la Sagrada Escritura encontramos un vasto elenco de situaciones dolorosas para el hombre por diversos motivos. 






Este elenco diversificado no agota ciertamente todo lo que sobre el sufrimiento ha dicho ya y repite constantemente el libro de la historia del hombre (éste es más bien un «libro no escrito»), y más todavía el libro de la historia de la humanidad, leído a través de la historia de cada hombre.




Se puede decir que el hombre sufre, cuando experimenta cualquier mal. En el vocabulario del Antiguo Testamento, la relación entre sufrimiento y mal se pone en evidencia como identidad. Aquel vocabulario, en efecto, no poseía una palabra específica para indicar el «sufrimiento»; por ello definía como «mal» todo aquello que era sufrimiento[22]. 



Solamente la lengua griega y con ella el Nuevo Testamento (y las versiones griegas del Antiguo) se sirven del verbo «πάσχω = estoy afectado por..., experimento una sensación, sufro», y gracias a él el sufrimiento no es directamente identificable con el mal (objetivo), sino que expresa una situación en la que el hombre prueba el mal, y probándolo, se hace sujeto de sufrimiento. 




Este, en verdad, tiene a la vez carácter activo y pasivo (de « patior »). Incluso cuando el hombre se procura por sí mismo un sufrimiento, cuando es el autor del mismo, ese sufrimiento queda como algo pasivo en su esencia metafísica.





Sin embargo, esto no quiere decir que el sufrimiento en sentido psicológico no esté marcado por una « actividad » específica. 







Esta es, efectivamente, aquella múltiple y subjetivamente diferenciada « actividad » de dolor, de tristeza, de desilusión, de abatimiento o hasta de desesperación, según la intensidad del sufrimiento, de su profundidad o indirectamente según toda la estructura del sujeto que sufre y de su específica sensibilidad. 



Dentro de lo que constituye la forma psicológica del sufrimiento, se halla siempre una experiencia de mal, a causa del cual el hombre sufre.






Así pues, la realidad del sufrimiento pone una pregunta sobre la esencia del mal: ¿qué es el mal?





Esta pregunta parece inseparable, en cierto sentido, del tema del sufrimiento. 




La respuesta cristiana a esa pregunta es distinta de la que dan algunas tradiciones culturales y religiosas, que creen que la existencia es un mal del cual hay que liberarse. 





El cristianismo proclama el esencial bien de la existencia y el bien de lo que existe, profesa la bondad del Creador y proclama el bien de las criaturas. 





El hombre sufre a causa del mal, que es una cierta falta, limitación o distorsión del bien. 





Se podría decir que el hombre sufre a causa de un bien del que él no participa, del cual es en cierto modo excluido o del que él mismo se ha privado. 





Sufre en particular cuando « debería » tener parte —en circunstancias normales— en este bien y no lo tiene.





Así pues, en el concepto cristiano la realidad del sufrimiento se explica por medio del mal que está siempre referido, de algún modo, a un bien.







8. El sufrimiento humano constituye en sí mismo casi un específico « mundo » que existe junto con el hombre, que aparece en él y pasa, o a veces no pasa, pero se consolida y se profundiza en él. 






Este mundo del sufrimiento, dividido en muchos y muy numerosos sujetos, existe casi en la dispersión. 





Cada hombre, mediante su sufrimiento personal, constituye no sólo una pequeña parte de ese « mundo », sino que a la vez aquel « mundo » está en él como una entidad finita e irrepetible. 




Unida a ello está, sin embargo, la dimensión interpersonal y social. El mundo del sufrimiento posee como una cierta compactibilidad propia. 






Los hombres que sufren se hacen semejantes entre sí a través de la analogía de la situación, la prueba del destino o mediante la necesidad de comprensión y atenciones; quizá sobre todo mediante la persistente pregunta acerca del sentido de tal situación. 




Por ello, aunque el mundo del sufrimiento exista en la dispersión, al mismo tiempo contiene en sí un singular desafío a la comunión y la solidaridad.





 Trataremos de seguir también esa llamada en estas reflexiones.






Pensando en el mundo del sufrimiento en su sentido personal y a la vez colectivo, no es posible, finalmente, dejar de notar que tal mundo, en algunos períodos de tiempo y en algunos espacios de la existencia humana, parece que se hace particularmente denso. 





Esto sucede, por ejemplo, en casos de calamidades naturales, de epidemias, de catástrofes y cataclismos o de diversos flagelos sociales.





 Pensemos, por ejemplo, en el caso de una mala cosecha y, como consecuencia del mismo —o de otras diversas causas—, en el drama del hambre.






Pensemos, finalmente, en la guerra. Hablo de ella de modo especial. Habla de las dos últimas guerras mundiales, de las que la segunda ha traído consigo un cúmulo todavía mayor de muerte y un pesado acervo de sufrimientos humanos. 






A su vez, la segunda mitad de nuestro siglo —como en proporción con los errores y trasgresiones de nuestra civilización contemporánea— lleva en sí una amenaza tan horrible de guerra nuclear, que no podemos pensar en este período sino en términos de un incomparable acumularse de sufrimientos, hasta llegar a la posible autodestrucción de la humanidad. 





De esta manera ese mundo de sufrimiento, que en definitiva tiene su sujeto en cada hombre, parece transformarse en nuestra época —quizá más que en cualquier otro momento— en un particular « sufrimiento del mundo »; del mundo que ha sido transformado, como nunca antes, por el progreso realizado por el hombre y que, a la vez, está en peligro más que nunca, a causa de los errores y culpas del hombre.







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