- DÍA 22 DE DICIEMBRE -
(Todos:)
1. VILLANCICO
1. VILLANCICO
Navidad sin pandereta
(Miguel Manzano / José Antonio Olivar)
A BELÉN SE VA Y SE VIENE
POR CAMINOS DE ALEGRÍA,
Y DIOS NACE EN CADA HOMBRE
QUE SE ENTREGA A LOS DEMÁS.
A BELÉN SE VA Y SE VIENE
POR CAMINOS DE JUSTICIA,
Y EN BELÉN NACEN LOS HOMBRES,
CUANDO APRENDEN A ESPERAR.
1. Lo esperaban como rico y habitó entre la pobreza;
lo esperaban poderoso y un pesebre fue su hogar.
Lo esperaban un guerrero y fue paz toda su guerra;
lo esperaban rey de reyes y servir fue su reinar.
2. Lo esperaban sometido y quebró toda soberbia,
denunció las opresiones, predicó la libertad.
Lo esperaban silencioso; su palabra fue la puerta
por donde entran los que gritan con su vida la verdad.
3. Navidad es un camino que no tiene pandereta,
porque Dios resuena dentro de quien va en fraternidad.
Navidad es el milagro de pararse en cada puerta
y saber si nuestro hermano necesita nuestro pan.
4. Navidad es un camino que no tiene más estrella,
que alumbrar el extravío del que olvida a los demás.
Navidad es el milagro de llegar a la evidencia
de que Dios sigue naciendo en quien vive sin hogar.
VIDEO
VIDEO
VIDEO
(Todos:)
2. ORACIÓN
Llave de David y cetro de la casa de Israel,
tú, que reinas sobre el mundo,
ven a libertar a los que en tinieblas te esperan.
Ven pronto, Señor. ¡Ven Salvador!
¡Oh Sol naciente, Esplendor de la luz eterna
y Sol de justicia,
ven a iluminar a los que yacen en sombras de muerte!
Ven pronto, Señor. ¡Ven Salvador!
(Miguel Manzano / José Antonio Olivar)
A BELÉN SE VA Y SE VIENE
POR CAMINOS DE ALEGRÍA,
Y DIOS NACE EN CADA HOMBRE
QUE SE ENTREGA A LOS DEMÁS.
A BELÉN SE VA Y SE VIENE
POR CAMINOS DE JUSTICIA,
Y EN BELÉN NACEN LOS HOMBRES,
CUANDO APRENDEN A ESPERAR.
1. Lo esperaban como rico y habitó entre la pobreza;
lo esperaban poderoso y un pesebre fue su hogar.
Lo esperaban un guerrero y fue paz toda su guerra;
lo esperaban rey de reyes y servir fue su reinar.
2. Lo esperaban sometido y quebró toda soberbia,
denunció las opresiones, predicó la libertad.
Lo esperaban silencioso; su palabra fue la puerta
por donde entran los que gritan con su vida la verdad.
3. Navidad es un camino que no tiene pandereta,
porque Dios resuena dentro de quien va en fraternidad.
Navidad es el milagro de pararse en cada puerta
y saber si nuestro hermano necesita nuestro pan.
4. Navidad es un camino que no tiene más estrella,
que alumbrar el extravío del que olvida a los demás.
Navidad es el milagro de llegar a la evidencia
de que Dios sigue naciendo en quien vive sin hogar.
VIDEO
VIDEO
VIDEO
(Todos:)
2. ORACIÓN
Llave de David y cetro de la casa de Israel,
tú, que reinas sobre el mundo,
ven a libertar a los que en tinieblas te esperan.
Ven pronto, Señor. ¡Ven Salvador!
¡Oh Sol naciente, Esplendor de la luz eterna
y Sol de justicia,
ven a iluminar a los que yacen en sombras de muerte!
Ven pronto, Señor. ¡Ven Salvador!
Rey de las naciones y Piedra angular de la Iglesia.
Tú, que unes a los pueblos,
ven a libertar a los hombres que has creado.
Ven pronto, Señor. ¡Ven Salvador!
¡Oh Enmanuel,
nuestro Rey, Salvador de las naciones,
esperanza de los pueblos,
ven a libertarnos, Señor; no tardes ya!
Ven pronto, Señor. ¡Ven Salvador!
(De las antífonas mayores)
(Lector 1:)
3. LECTURA BÍBLICA
Lectura del santo Evangelio según San Lucas. 1, 46-56.
En aquel tiempo, María dijo:
- Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
(Lector 2:)
4. PETICIONES A MARÍA Y JOSÉ
Respondemos:
Ven Señor, no tardes que ansiamos tu venida.
- María y José, enséñennos a construir familias en la cotidianidad de la vida...
- María y José, formen nuestros corazones para poder recibir al Niño Dios...
- María y José, consuelen a todos aquellos que han perdido seres queridos...
(Lector 3:)
5. LECTURA ESPIRITUAL
(Lector 2:)
4. PETICIONES A MARÍA Y JOSÉ
Respondemos:
Ven Señor, no tardes que ansiamos tu venida.
- María y José, enséñennos a construir familias en la cotidianidad de la vida...
- María y José, formen nuestros corazones para poder recibir al Niño Dios...
- María y José, consuelen a todos aquellos que han perdido seres queridos...
(Lector 3:)
5. LECTURA ESPIRITUAL
El saludo que circula en estos días por los labios de todos es «¡Feliz Navidad! ¡Felices fiestas navideñas!». Procuremos que, también en la sociedad actual, el intercambio de felicitaciones no pierda su profundo valor religioso, y que la fiesta no quede absorbida por los aspectos exteriores, que tocan las cuerdas del corazón. Ciertamente, los signos exteriores son hermosos e importantes, con tal de que no nos distraigan, sino que más bien nos ayuden a vivir la Navidad en el sentido más auténtico, el sentido sagrado y cristiano, de modo que también nuestra alegría no sea superficial, sino profunda.
Con la liturgia navideña la Iglesia nos introduce en el gran Misterio de la Encarnación. De hecho, la Navidad no es un simple aniversario del nacimiento de Jesús; también es esto, pero es algo más: es celebrar un Misterio que ha marcado y sigue marcando la historia del hombre —Dios mismo vino a habitar entre nosotros (cf. Jn 1, 14), se hizo uno de nosotros—; un Misterio que afecta a nuestra fe y a nuestra existencia; un Misterio que vivimos concretamente en las celebraciones litúrgicas, especialmente en la santa misa. Alguien podría preguntarse: ¿Cómo puedo vivir yo ahora este acontecimiento tan lejano en el tiempo? ¿Cómo puedo participar fructuosamente en el nacimiento del Hijo de Dios, que tuvo lugar hace más de dos mil años? En la santa misa de la Noche de Navidad, repetiremos como estribillo del Salmo responsorial estas palabras: «Hoy nos ha nacido el Salvador». Este adverbio de tiempo, «hoy», aparece con frecuencia en todas las celebraciones navideñas y se refiere al acontecimiento del nacimiento de Jesús y a la salvación que la Encarnación del Hijo de Dios viene a traer. En la liturgia ese acontecimiento supera los límites del espacio y del tiempo, y se vuelve actual, presente; su efecto perdura, a pesar del paso de los días, de los años y de los siglos. Al indicar que Jesús nace «hoy», la liturgia no usa una frase sin sentido, sino que subraya que este Nacimiento afecta e impregna toda la historia, sigue siendo también hoy una realidad, a la que podemos llegar precisamente en la liturgia. A nosotros, los creyentes, la celebración de la Navidad nos renueva la certeza de que Dios está realmente presente con nosotros, todavía «carne» y no sólo lejano: aun estando con el Padre, está cercano a nosotros. En ese Niño nacido en Belén, Dios se ha acercado al hombre: nosotros lo podemos encontrar ahora, en un «hoy» que no tiene ocaso.
Quiero insistir en este punto, porque al hombre contemporáneo, hombre de lo «sensible», de lo experimentable empíricamente, siempre le cuesta mucho abrir los horizontes y entrar en el mundo de Dios. Desde luego, la redención de la humanidad tuvo lugar en un momento preciso e identificable de la historia: en el acontecimiento de Jesús de Nazaret; pero Jesús es el Hijo de Dios, es Dios mismo, que no sólo ha hablado al hombre, le ha mostrado signos admirables, lo ha guiado a lo largo de toda la historia de la salvación, sino que también se hizo hombre, y sigue siendo hombre. El Eterno entró en los límites del tiempo y del espacio, para hacer posible «hoy» el encuentro con él. Los textos litúrgicos navideños nos ayudan a comprender que los acontecimientos de la salvación realizada por Cristo siempre son actuales, afectan a cada hombre y a todos los hombres. Cuando escuchamos y pronunciamos, en las celebraciones litúrgicas, la frase «hoy nos ha nacido el Salvador», no estamos utilizando una expresión convencional vacía, sino que queremos decir que Dios nos ofrece «hoy», ahora, a mí, a cada uno de nosotros, la posibilidad de reconocerlo y de acogerlo, como hicieron los pastores en Belén, para que él nazca también en nuestra vida y la renueve, la ilumine, la transforme con su Gracia, con su Presencia.
La Navidad, por tanto, a la vez que conmemora el nacimiento de Jesús en la carne, de la Virgen María —y numerosos textos litúrgicos nos hacen revivir ante nuestros ojos este o aquel episodio—, es un acontecimiento eficaz para nosotros. El Papa san León Magno, presentando el sentido profundo de la fiesta de la Navidad, invitaba a sus fieles con estas palabras: «Exultemos en el Señor, queridos hermanos, y abramos nuestro corazón a la alegría más pura, porque ha llegado el día que para nosotros significa la nueva redención, la antigua preparación, la felicidad eterna. En efecto, al cumplirse el ciclo anual, se renueva para nosotros el elevado misterio de nuestra salvación, que, prometido al principio y acordado al final de los tiempos, está destinado a durar para siempre» (Sermo 22, In Nativitate Domini, 2, 1: PL 54, 193). Y el mismo san León Magno, en otra de sus homilías navideñas, afirmaba: «Hoy el autor del mundo ha nacido del seno de una virgen: aquel que había hecho todas las cosas se ha hecho hijo de una mujer que él mismo había creado. Hoy el Verbo de Dios se ha manifestado revestido de carne y, mientras que antes nunca había sido visible a ojos humanos, ahora incluso se ha hecho visiblemente palpable. Hoy los pastores han escuchado la voz de los ángeles anunciando que había nacido el Salvador en la sustancia de nuestro cuerpo y de nuestra alma» (Sermo 26, In Nativitate Domini, 6, 1: PL 54, 213).
Hay un segundo aspecto, al que quiero aludir brevemente: el acontecimiento de Belén se debe considerar a la luz del Misterio pascual: tanto uno como otro forman parte de la única obra redentora de Cristo. La Encarnación y el Nacimiento de Jesús nos invitan ya a dirigir nuestra mirada hacia su muerte y su resurrección. Tanto la Navidad como la Pascua son fiestas de la redención. La Pascua la celebra como victoria sobre el pecado y sobre la muerte: marca el momento final, cuando la gloria del Hombre-Dios resplandece como la luz del día; la Navidad la celebra como el ingreso de Dios en la historia haciéndose hombre para llevar al hombre a Dios: marca, por decirlo así, el momento inicial, cuando se vislumbra el resplandor del alba. Pero precisamente como el alba precede y ya hace presagiar la luz del día, así la Navidad anuncia ya la cruz y la gloria de la Resurrección. También los dos períodos del año en los que se sitúan las dos grandes fiestas, al menos en algunas regiones del mundo, pueden ayudar a comprender este aspecto. En efecto, mientras la Pascua cae al inicio de la primavera, cuando el sol vence las densas y frías nieblas y renueva la faz de la tierra, la Navidad cae precisamente al inicio del invierno, cuando la luz y el calor del sol no logran despertar la naturaleza, envuelta por el frío, bajo cuyo manto, sin embargo, palpita la vida y comienza de nuevo la victoria del sol y del calor.
Los Padres de la Iglesia leían siempre el nacimiento de Cristo a la luz de toda la obra redentora, que tiene su culmen en el Misterio pascual. La Encarnación del Hijo de Dios se presenta no sólo como el principio y la condición de la salvación, sino también como la presencia misma del Misterio de nuestra salvación: Dios se hace hombre, nace niño como nosotros, toma nuestra carne para vencer la muerte y el pecado. Dos textos significativos de san Basilio lo ilustran bien. San Basilio decía a los fieles: «Dios asume la carne precisamente para destruir la muerte escondida en ella. Como los antídotos de un veneno, una vez ingeridos, anulan sus efectos, y como las tinieblas de una casa se disipan a la luz del sol, así la muerte que dominaba sobre la naturaleza humana fue destruida por la presencia de Dios. Y como el hielo permanece sólido en el agua mientras dura la noche y reinan las tinieblas, pero al calor del sol inmediatamente se deshace, así la muerte que había reinado hasta la venida de Cristo, en cuanto apareció la gracia de Dios Salvador y surgió el sol de justicia, “fue absorbida en la victoria” (1 Co 15, 54), al no poder coexistir con la Vida» (Homilía sobre el nacimiento de Cristo, 2: PG 31, 1461). El mismo san Basilio, en otro texto, dirigía esta invitación: «Celebremos la salvación del mundo, el nacimiento del género humano. Hoy quedó perdonada la culpa de Adán. Ya no debemos decir: “Eres polvo y al polvo volverás” (Gn 3, 19), sino: “unido a aquel que ha venido del cielo, serás admitido en el cielo”» (Homilía sobre el nacimiento de Cristo, 6: PG 31, 1473).
En la Navidad encontramos la ternura y el amor de Dios que se inclina hasta nuestros límites, hasta nuestras debilidades, hasta nuestros pecados, y se abaja hasta nosotros. San Pablo afirma que Jesucristo «siendo de condición divina, (...) se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres» (Flp 2, 6-7). Contemplemos la cueva de Belén: Dios se abaja hasta ser recostado en un pesebre, que ya es preludio del abajamiento en la hora de su pasión. El culmen de la historia de amor entre Dios y el hombre pasa a través del pesebre de Belén y el sepulcro de Jerusalén.
Queridos hermanos y hermanas, vivamos con alegría la Navidad que se acerca. Vivamos este acontecimiento maravilloso: el Hijo de Dios nace también «hoy»; Dios está verdaderamente cerca de cada uno de nosotros y quiere encontrarnos, quiere llevarnos a él. Él es la verdadera luz, que disipa y disuelve las tinieblas que envuelven nuestra vida y la humanidad. Vivamos el Nacimiento del Señor contemplando el camino del inmenso amor de Dios que nos la elevado hasta él a través del Misterio de Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo, pues, como afirma san Agustín, «en [Cristo] la divinidad del Unigénito se hizo partícipe de nuestra mortalidad, para que nosotros fuéramos partícipes de su inmortalidad» (Epistola 187, 6, 20: PL 33, 839-840). Sobre todo contemplemos y vivamos este Misterio en la celebración de la Eucaristía, centro de la Santa Navidad; en ella se hace presente de modo real Jesús, verdadero Pan bajado del cielo, verdadero Cordero sacrificado por nuestra salvación.
A todos vosotros y a vuestras familias deseo que celebréis una Navidad verdaderamente cristiana, de modo que incluso las felicitaciones que os intercambiéis en ese día sean expresión de la alegría de saber que Dios está cerca de nosotros y quiere recorrer con nosotros el camino de la vida.
(Lector 4:)
6. REFLEXIÓN
Siempre hay tiempo para evangelizar, para transmitir la Buena Nueva. Busca que los regalos que realices sean siempre para sembrar y hacer crecer en don de la fe en las personas. Regala un Misterio (imágenes de María, José y el Niño), o piezas del Nacimiento (Belén), una decoración navideña, especialmente con los hogares jóvenes que se van formando.
(Todos:)
7. ORACIÓN AL NIÑO
Niñito Jesús,
ven, no tardes más,
purifica nuestros corazones,
aleja las insidias del maligno que azotan a nuestro mundo.
Baja del cielo a mi corazón.
(Todos:)
8. ORACIÓN FINAL
Con la liturgia navideña la Iglesia nos introduce en el gran Misterio de la Encarnación. De hecho, la Navidad no es un simple aniversario del nacimiento de Jesús; también es esto, pero es algo más: es celebrar un Misterio que ha marcado y sigue marcando la historia del hombre —Dios mismo vino a habitar entre nosotros (cf. Jn 1, 14), se hizo uno de nosotros—; un Misterio que afecta a nuestra fe y a nuestra existencia; un Misterio que vivimos concretamente en las celebraciones litúrgicas, especialmente en la santa misa. Alguien podría preguntarse: ¿Cómo puedo vivir yo ahora este acontecimiento tan lejano en el tiempo? ¿Cómo puedo participar fructuosamente en el nacimiento del Hijo de Dios, que tuvo lugar hace más de dos mil años? En la santa misa de la Noche de Navidad, repetiremos como estribillo del Salmo responsorial estas palabras: «Hoy nos ha nacido el Salvador». Este adverbio de tiempo, «hoy», aparece con frecuencia en todas las celebraciones navideñas y se refiere al acontecimiento del nacimiento de Jesús y a la salvación que la Encarnación del Hijo de Dios viene a traer. En la liturgia ese acontecimiento supera los límites del espacio y del tiempo, y se vuelve actual, presente; su efecto perdura, a pesar del paso de los días, de los años y de los siglos. Al indicar que Jesús nace «hoy», la liturgia no usa una frase sin sentido, sino que subraya que este Nacimiento afecta e impregna toda la historia, sigue siendo también hoy una realidad, a la que podemos llegar precisamente en la liturgia. A nosotros, los creyentes, la celebración de la Navidad nos renueva la certeza de que Dios está realmente presente con nosotros, todavía «carne» y no sólo lejano: aun estando con el Padre, está cercano a nosotros. En ese Niño nacido en Belén, Dios se ha acercado al hombre: nosotros lo podemos encontrar ahora, en un «hoy» que no tiene ocaso.
Quiero insistir en este punto, porque al hombre contemporáneo, hombre de lo «sensible», de lo experimentable empíricamente, siempre le cuesta mucho abrir los horizontes y entrar en el mundo de Dios. Desde luego, la redención de la humanidad tuvo lugar en un momento preciso e identificable de la historia: en el acontecimiento de Jesús de Nazaret; pero Jesús es el Hijo de Dios, es Dios mismo, que no sólo ha hablado al hombre, le ha mostrado signos admirables, lo ha guiado a lo largo de toda la historia de la salvación, sino que también se hizo hombre, y sigue siendo hombre. El Eterno entró en los límites del tiempo y del espacio, para hacer posible «hoy» el encuentro con él. Los textos litúrgicos navideños nos ayudan a comprender que los acontecimientos de la salvación realizada por Cristo siempre son actuales, afectan a cada hombre y a todos los hombres. Cuando escuchamos y pronunciamos, en las celebraciones litúrgicas, la frase «hoy nos ha nacido el Salvador», no estamos utilizando una expresión convencional vacía, sino que queremos decir que Dios nos ofrece «hoy», ahora, a mí, a cada uno de nosotros, la posibilidad de reconocerlo y de acogerlo, como hicieron los pastores en Belén, para que él nazca también en nuestra vida y la renueve, la ilumine, la transforme con su Gracia, con su Presencia.
La Navidad, por tanto, a la vez que conmemora el nacimiento de Jesús en la carne, de la Virgen María —y numerosos textos litúrgicos nos hacen revivir ante nuestros ojos este o aquel episodio—, es un acontecimiento eficaz para nosotros. El Papa san León Magno, presentando el sentido profundo de la fiesta de la Navidad, invitaba a sus fieles con estas palabras: «Exultemos en el Señor, queridos hermanos, y abramos nuestro corazón a la alegría más pura, porque ha llegado el día que para nosotros significa la nueva redención, la antigua preparación, la felicidad eterna. En efecto, al cumplirse el ciclo anual, se renueva para nosotros el elevado misterio de nuestra salvación, que, prometido al principio y acordado al final de los tiempos, está destinado a durar para siempre» (Sermo 22, In Nativitate Domini, 2, 1: PL 54, 193). Y el mismo san León Magno, en otra de sus homilías navideñas, afirmaba: «Hoy el autor del mundo ha nacido del seno de una virgen: aquel que había hecho todas las cosas se ha hecho hijo de una mujer que él mismo había creado. Hoy el Verbo de Dios se ha manifestado revestido de carne y, mientras que antes nunca había sido visible a ojos humanos, ahora incluso se ha hecho visiblemente palpable. Hoy los pastores han escuchado la voz de los ángeles anunciando que había nacido el Salvador en la sustancia de nuestro cuerpo y de nuestra alma» (Sermo 26, In Nativitate Domini, 6, 1: PL 54, 213).
Hay un segundo aspecto, al que quiero aludir brevemente: el acontecimiento de Belén se debe considerar a la luz del Misterio pascual: tanto uno como otro forman parte de la única obra redentora de Cristo. La Encarnación y el Nacimiento de Jesús nos invitan ya a dirigir nuestra mirada hacia su muerte y su resurrección. Tanto la Navidad como la Pascua son fiestas de la redención. La Pascua la celebra como victoria sobre el pecado y sobre la muerte: marca el momento final, cuando la gloria del Hombre-Dios resplandece como la luz del día; la Navidad la celebra como el ingreso de Dios en la historia haciéndose hombre para llevar al hombre a Dios: marca, por decirlo así, el momento inicial, cuando se vislumbra el resplandor del alba. Pero precisamente como el alba precede y ya hace presagiar la luz del día, así la Navidad anuncia ya la cruz y la gloria de la Resurrección. También los dos períodos del año en los que se sitúan las dos grandes fiestas, al menos en algunas regiones del mundo, pueden ayudar a comprender este aspecto. En efecto, mientras la Pascua cae al inicio de la primavera, cuando el sol vence las densas y frías nieblas y renueva la faz de la tierra, la Navidad cae precisamente al inicio del invierno, cuando la luz y el calor del sol no logran despertar la naturaleza, envuelta por el frío, bajo cuyo manto, sin embargo, palpita la vida y comienza de nuevo la victoria del sol y del calor.
Los Padres de la Iglesia leían siempre el nacimiento de Cristo a la luz de toda la obra redentora, que tiene su culmen en el Misterio pascual. La Encarnación del Hijo de Dios se presenta no sólo como el principio y la condición de la salvación, sino también como la presencia misma del Misterio de nuestra salvación: Dios se hace hombre, nace niño como nosotros, toma nuestra carne para vencer la muerte y el pecado. Dos textos significativos de san Basilio lo ilustran bien. San Basilio decía a los fieles: «Dios asume la carne precisamente para destruir la muerte escondida en ella. Como los antídotos de un veneno, una vez ingeridos, anulan sus efectos, y como las tinieblas de una casa se disipan a la luz del sol, así la muerte que dominaba sobre la naturaleza humana fue destruida por la presencia de Dios. Y como el hielo permanece sólido en el agua mientras dura la noche y reinan las tinieblas, pero al calor del sol inmediatamente se deshace, así la muerte que había reinado hasta la venida de Cristo, en cuanto apareció la gracia de Dios Salvador y surgió el sol de justicia, “fue absorbida en la victoria” (1 Co 15, 54), al no poder coexistir con la Vida» (Homilía sobre el nacimiento de Cristo, 2: PG 31, 1461). El mismo san Basilio, en otro texto, dirigía esta invitación: «Celebremos la salvación del mundo, el nacimiento del género humano. Hoy quedó perdonada la culpa de Adán. Ya no debemos decir: “Eres polvo y al polvo volverás” (Gn 3, 19), sino: “unido a aquel que ha venido del cielo, serás admitido en el cielo”» (Homilía sobre el nacimiento de Cristo, 6: PG 31, 1473).
En la Navidad encontramos la ternura y el amor de Dios que se inclina hasta nuestros límites, hasta nuestras debilidades, hasta nuestros pecados, y se abaja hasta nosotros. San Pablo afirma que Jesucristo «siendo de condición divina, (...) se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres» (Flp 2, 6-7). Contemplemos la cueva de Belén: Dios se abaja hasta ser recostado en un pesebre, que ya es preludio del abajamiento en la hora de su pasión. El culmen de la historia de amor entre Dios y el hombre pasa a través del pesebre de Belén y el sepulcro de Jerusalén.
Queridos hermanos y hermanas, vivamos con alegría la Navidad que se acerca. Vivamos este acontecimiento maravilloso: el Hijo de Dios nace también «hoy»; Dios está verdaderamente cerca de cada uno de nosotros y quiere encontrarnos, quiere llevarnos a él. Él es la verdadera luz, que disipa y disuelve las tinieblas que envuelven nuestra vida y la humanidad. Vivamos el Nacimiento del Señor contemplando el camino del inmenso amor de Dios que nos la elevado hasta él a través del Misterio de Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo, pues, como afirma san Agustín, «en [Cristo] la divinidad del Unigénito se hizo partícipe de nuestra mortalidad, para que nosotros fuéramos partícipes de su inmortalidad» (Epistola 187, 6, 20: PL 33, 839-840). Sobre todo contemplemos y vivamos este Misterio en la celebración de la Eucaristía, centro de la Santa Navidad; en ella se hace presente de modo real Jesús, verdadero Pan bajado del cielo, verdadero Cordero sacrificado por nuestra salvación.
A todos vosotros y a vuestras familias deseo que celebréis una Navidad verdaderamente cristiana, de modo que incluso las felicitaciones que os intercambiéis en ese día sean expresión de la alegría de saber que Dios está cerca de nosotros y quiere recorrer con nosotros el camino de la vida.
(Benedícto XVI
La santa Navidad
(Lector 4:)
6. REFLEXIÓN
Siempre hay tiempo para evangelizar, para transmitir la Buena Nueva. Busca que los regalos que realices sean siempre para sembrar y hacer crecer en don de la fe en las personas. Regala un Misterio (imágenes de María, José y el Niño), o piezas del Nacimiento (Belén), una decoración navideña, especialmente con los hogares jóvenes que se van formando.
(Todos:)
7. ORACIÓN AL NIÑO
Niñito Jesús,
ven, no tardes más,
purifica nuestros corazones,
aleja las insidias del maligno que azotan a nuestro mundo.
Baja del cielo a mi corazón.
(Todos:)
8. ORACIÓN FINAL
La comunión que hemos recibido, Señor, sea para nosotros fuerza de fortaleza; así, enriquecidos por nuestras buenas obras, podremos salir al encuentro de Cristo y recibir un día de sus manos el premio de los gozos eternos.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(Todos:)
9. VILLANCICO
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(Misal romano.
Oración después de la comunión.
Día 22 diciembre)
(Todos:)
9. VILLANCICO
Levántate, que está llegando
(Cesáreo Gabaráin)
Levántate, que está llegando... El Señor viene ya.
Levántate, que está llegando... El Señor viene ya.
1. Nos traerá su resplandor, nos traerá la luz la paz.
Nos traerá su resplandor, nos traerá la luz la paz.
2. En el Señor confiare, Él nos dará la salvación.
En el Señor confiare, Él nos dará la salvación.
3. Al mismo Dios recibiré, en mi interior se sembrará.
Al mismo Dios recibiré, en mi interior se sembrará.
4. Lo prometió, lo cumplirá... El Dios de amor nos salvará.
Lo prometió, lo cumplirá... El Dios de amor nos salvará.
(Cesáreo Gabaráin)
Levántate, que está llegando... El Señor viene ya.
Levántate, que está llegando... El Señor viene ya.
1. Nos traerá su resplandor, nos traerá la luz la paz.
Nos traerá su resplandor, nos traerá la luz la paz.
2. En el Señor confiare, Él nos dará la salvación.
En el Señor confiare, Él nos dará la salvación.
3. Al mismo Dios recibiré, en mi interior se sembrará.
Al mismo Dios recibiré, en mi interior se sembrará.
4. Lo prometió, lo cumplirá... El Dios de amor nos salvará.
Lo prometió, lo cumplirá... El Dios de amor nos salvará.
Pd:
Te dejo otros cantos de Adviento y Navidad, por si quieres elegir otros...
- CANTI. AVVENTO !! CANTOS : ADVIENTO (several languages)
- CANTOS. VILLANCICOS (Several languages)
No hay comentarios:
Publicar un comentario